Un acercamiento a «Lluvia del alma y otros cantares» de Ysrael Polanco

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© Vincent van Gogh

 

Ysrael Polanco vierte esta su lluvia del alma, que no es más que un canto a  la naturaleza y al Creador de todo lo que existe y al amor, a la misma naturaleza, a la mujer, a los hijos, a la vida en dos envases que no son desconocidos en la tradición poética dominicana: el haiku y el senryu. Y lo hace con una maestría y un dominio en los que demuestra su profunda sensibilidad poética y su dominio sobre el barro con el que construye estos textos: la palabra.

El origen del haiku, se remonta al siglo XVI. Algunos estudiosos lo vinculan formalmente al katauta, un breve poema que oscilaba entre la pauta 5-7-5 y la 5-7-7; otros lo vinculan al haikai, que era una creación colectiva y podía superar el ciento de versos. De manera gradual se fue fijando la forma de 17 sílabas, en la severa combinación 5-7-5. Es preciso aclarar que la rima no se usa en el haiku; en cambio se ha empleado bastante en las traducciones y en los textos originales en otras lenguas distintas al japonés. El senryu, por su parte, es similar al haiku en su construcción -tres líneas con 17 moras (silabas) en total- pero el senryu no contiene referencia a la estación del año para la que está escrito (kygo), ni trata sobre temas de la naturaleza o las estaciones, sino que se centra en la existencia humana, incluyendo a menudo humor negro y cinismo sobre las miserias mundanas.

En América Latina, el poeta más cercano al haiku fue indudablemente Juan José Tablada. En la República Dominicana el haikú se introduce de manera formal a nuestra tradición poética de la mano de Alexis Gómez-Rosa quien publica en 1985 High Quality, Ltd., pero, de alguna manera, la influencia del espíritu Zen en la poesía dominicana, esa sensibilidad de atrapar el instante, la encontramos en la poesía de Domingo Moreno Jimenes, y aunque no escribió haikus, en su poesía se halla esa sensibilidad y esa sorpresa del hallazgo poético. Valga recordar aquel libro único de la tradición local, Triálogos,  en el que Moreno Jimenes, junto a Mariano Lebrón Saviñón y Alberto Baeza Flores, va recorriendo las calles de la ciudad de Santo Domingo mientras «sorprenden» a la poesía.  Estos «aires del haiku» están presentes también en los libros Alegoría vital del, casi, desconocido poeta Dionisio López Cabral y en Poesía inmóvil de Gerardo Castillo Javier.

En la segunda década del siglo xxi se da una especie de resurgimiento del haiku entre los poetas dominicanos. Y suceden tres hechos de gran trascendencia: la celebración del I Premio Nacional de Haiku, la inclusión en la Feria Internacional del Libro del año 2013 del «Bulevar del Haiku» y la publicación de la antología Cerezo  en  flor: breve  muestrario  del  haiku, compilada por la poeta Deidamia Galán.

Volviendo a Ysrael y su lluvia del alma es notable en este libro, luminoso y sorprendente, el hallazgo de imágenes delicadísimas descubiertas por el poeta que mira, con ojos de niño, lo que le circunda. Como muestra de lo que digo dejo los siguientes tres haikus:

Como soldados
se enfilan en el zinc
gotas de lluvia.

Caricias lentas
se besan las antenas
dos mariposas.

Llena los cielos
el frondoso naranjo.
Fértil cosecha.

Sin dudas esta colección de haikus y senryu viene a enriquecer la tradición poética dominicana  y lo hace desde una perspectiva hasta ahora desconocida en el haiku dominicano: el haiku religioso o espiritual. Porque, aunque el poeta japonés tiene una mirada Zen, y de alguna forma esta filosofía es espiritual, había sido inédito en nuestra bevísima tradición  de haijines el uso de referencias y motivos religiosos. Por tanto, Lluvia del alma y otros cantares es un hito que debe ser leído y valorado por los amantes de este género oriental que nos ha cautivado.